Las enfermedades inflamatorias intestinales como la enfermedad de Crohn o la Colitis Ulcerosa, son cada vez más comunes y afectan a la calidad de vida de las personas que las padecen.
Varios estudios recientes han confirmado que el estrés tiene un papel importantísimo en la inflamación intestinal.
Un estudio que analizó a medio millón de personas durante 10 años muestra que aquellos con altos niveles de estrés crónico tienen un 40% más de riesgo de desarrollar enfermedades inflamatorias intestinales en comparación con aquellos sin un estilo de vida estresante.
El estrés psicológico se asoció con un curso más grave de la enfermedad tras el diagnóstico, dejando en evidencia por niveles más altos de proteína C reactiva y una mayor tasa de mortalidad.
Cuando experimentamos estrés se activan algunos mecanismos en nuestro cerebro. El moco, la serotonina y la melatonina son algunos de los mecanismos de defensa que presenta el organismo frente a estas lesiones gastrointestinales producidas por el estrés.
Cada vez hay más evidencia del papel que juega la microbiota intestinal, y concretamente su alteración, en distintos trastornos neurológicos como la ansiedad, depresión, trastornos del espectro autista, Alzheimer o Parkinson.
Es por todo esto y mucho más que llamamos a nuestro intestino el segundo cerebro, y es que, además, tiene más neuronas que la espina dorsal y actúa independientemente del sistema nervioso central.
Lo que pasa a nivel intestinal nos afecta directamente a nivel cerebral y viceversa. Es por esto que es de gran importancia que cuidemos de nuestra salud mental tanto como deberíamos cuidar nuestra salud intestinal y prestar especial atención a la salud de nuestra microbiota.